Generalmente quienes visitan la isla lo hacen en temporada estival, y pocos tienen la experiencia de vivenciar Chiloé en invierno. Muchas personas de sólo pensarlo se encogen… Sin embargo, el invierno en esta isla es tan mágico como lo es el verano y todas sus estaciones.
En lo personal, mi mayor temor de vivir en Chiloé era el frío. Y ya en mi tercer invierno acá puedo dar fe de que no es impedimento para vivir y disfrutar de la vida rural, las manifestaciones de la naturaleza y el quehacer cotidiano.
El frío, nos hace comprimirnos, llevamos nuestra energía hacia adentro… como lo hace la naturaleza. Los árboles que han dejado caer sus hojas muestran su desnudez a la lluvia, dejándose lavar una y otra vez. El viento, que a veces se convierte en el protagonista del día o la noche, les pone a prueba, ¿qué tan firme están tus raíces? ¿qué tan fuerte es la sabia que te recorre? ¿qué tanta certeza tienes de tu lugar en la tierra? Y algunos sucumben a la fuerza del viento, y caen, se entregan; tal vez terminen su proceso transmutando su energía en fuego, en alguna cocina chilota, acompañando la vecina que abrigada con su calor, teje, hila, cocina, prepara semillas, … descansa llevando sus pensamientos al infinito a través de la ventana.
Pero no todos los árboles están desnudos; la gran mayoría, diría yo, conserva sus hojas. El otoño acá es más verde. Y éstos enfrentan el frío y la lluvia con danzas, serpenteando sus copas en diferentes ritmos e intensidades, entregados a la fluidez. Algunos también caen, llevando su danza a la posición de descanso. Sus hojas seguirán su transformación haciéndose parte de la tierra.
Los días se hacen más cortos, pero intensos. El sonido de la lluvia es una música habitual, la intervención del viento con sus agudos, graves, intensifican la sensación de ser sólo una pequeña parte de esta naturaleza maravillosa que habitamos. La noche nos invita a ir hacia el interior, viajar a través de los sueños a lugares profundos. La oscuridad es un paso obligado hacia la luz, de un nuevo día, que muchas veces nos sorprende con magníficos arcoiris. De pronto el sol asoma entre las nubes y hace brillar todo de manera impresionante, …y sentimos que por un sólo día como ese vale la pena el frío, la oscuridad y la noche más larga.

La tierra descansa, recuperando vitalidad para recibir las semillas de una nueva siembra, con la templanza de una madre sabia y bondadosa y la certeza de la ciclicidad de millones de años, millones de re-naceres. Es un tiempo de observación, de reposo, de sentir, de cobijarse, de repensarse. De disfrutar en lo íntimo, en lo cotidiano, lo cercano, lo sutil.
Estando en la ciudad, siempre sentí que había un desequilibrio al trabajar y realizar las actividades habituales con mayor intensidad y exigencia en invierno, y descansar en verano, época en que claramente hay más energía disponible. Hoy me siento privilegiada de poder entregarme a este ritmo vital y poder vivenciar intensamente aquello que mi mente imaginaba.
Sin duda el invierno en Chiloé es una experiencia que hay que vivir. Amigarse con nuestra vulnerabilidad, con nuestra capacidad de ver la belleza en lo que a veces se muestra como desafío, ser parte de la lluvia, ser parte del viento, ser parte del calor de la cocina, de la lentitud, de la profundidad y también del regalo de la luz, los colores, las noches estrelladas, y los sonidos que nos acurrucan invitándonos al reposo.
¡Te esperamos el próximo invierno!

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