Esta hermosa casa que mira al mar con total tranquilidad, ha albergado transformadoras experiencias de muchas personas que la visitaron por décadas. Se dice que la novela El Albergue de las Mujeres Tristes, de Marcela Serrano, estaría inspirada en este lugar; inevitablemente los lectores vuelan con su imaginación a este bello rincón de la isla.
Fue construida en la década de los 80, y como ocurre con las personas, el paso de los años va dejando huellas que le imprimen un carácter particular y que uno percibe al llegar, más allá de las tejuelas añosas que dan cuenta de estar en Chiloé.
La Casa Blanca recibía a los “adoloridos pacientes” con la energía amorosa de la buena amiga, la madre compasiva, prodigando exquisitas comidas, descanso reparador, jornadas de compartir conversaciones y risas, juegos de teatralidad, playa y espacios para la reflexión si así se requería.
Aquí se tejieron muchas historias, de sanación, de alegrías, de descubrimientos personales, de disfrute, de libertad. Y una de esas historias fue la mía.
Visité este lugar en el 2008, en un programa de verano que combinaba terapia grupal por la mañana y la tarde libre para pasear o descansar. Además de vivir una profunda experiencia terapéutica, con resultados palpables muy rápidamente, conocí a gente preciosa, aprendí muchísimo y tuve la fortuna de encontrar una amiga maravillosa, Victoria, con quien compartí tardes de risa y cuya amistad ha perdurado y se ha fortalecido con el tiempo.
Mi segunda visita fue en el verano de 2016, en esta ocasión, la vida me tenía otro regalo, aparte claro de mi proceso terapéutico que era el objetivo de mi viaje, pero que al parecer fue el enganche del Universo para traerme a mi nueva vida. Éramos un grupo de 7 mujeres y Richard, un gringo-chilote avecindado en este territorio desde hace años. Puedo dar fe de que para Richard y yo, estaba escrito nuestro encuentro y nos entregamos a la aventura de lo nuevo, también que de tanto visualizar y desear algo, finalmente se hace realidad, sólo hay que tener paciencia en la espera.
Sin entrar en detalles, puedo contar que en el corto plazo decidí dar un giro a mi vida, dejar Santiago y el buen trabajo que me “daba seguridad” y venirme a Chiloé con mi gata Tulia, donde compartí la vida con Richard, aprendiendo de su experiencia, cultivando la huerta, disfrutando de la vida rural, tomando un ritmo más orgánico con mi esencia y permitiéndome descubrir la que soy en contacto con la naturaleza.
Esta es una historia, hay cientos y cientos que se han tejido en este lugar. Todas están en espíritu en la Casa Blanca, en su cocina, su comedor, su patio, y que ahora te acoge en estas Vacaciones Biocéntricas, para hacer de tu descanso una experiencia transformadora, rica en vivencias y vínculos humanos, donde podrás palpar la sencillez de la vida rural, el espíritu de sus habitantes, la belleza de lo natural y todo aquello que a mí me sedujo.
Te esperamos en la Casa Blanca de Manao. Con amor, Pati.